Política, Derecho y Sociedad

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Sobre La Felicidad

Autor: Gabriel Herrador

Las personas emprenden el camino de sus vidas, desde que respiran por primera vez hasta el último suspiro, con un solo objetivo como meta, objetivo que tan sólo una mínima parte de la población munidal conoce con certeza.

Aquí debe entenderse la palabra bien, como todo aquello susceptible de valoración y cuantificación humana y no sólo como lo noble y agradable a la moral social; así, para un determinado sujeto, un cierto bien, definido según valoraciones propias, puede no serlo para el resto, y viceversa.

El hombre actúa todo el tiempo, acciona y reacciona. Es una obra en continuo movimiento, pero todo lo que hace, lo hace por convicción, porque aquello es considerado un bien para su persona, ya que si esto no fuera así, entonces no lo haría. Pero es preciso tener muy en claro que una cosa es obrar por convicción, y otra es lograr coincidir la convicción de la acción con el bien en sí mismo. Es decir, las personas pueden equivocarse y actuar tan solo por considerar un “bien” a lo que resulta un “mal”, pero este mal no será más que un bien en contradicción con el bien general que surge de la discriminación de la suma del mal.

Pero ocurre que existen bienes que no constituyen más que un simple medio para conseguir otros bienes, que a su vez conformarán medios escalonados, para finalmente constituir un “bien-fin” en sí mismo. El trabajar puede ser medio para obtener cierto dinero, para con éste adquirir otros, etc. Pero la existencia de bienes considerados fines en sí mismos, pertenecen a otra clase que nos permiten llegar al objetivo que tenemos en mira. La diversión o entretenimiento que el dinero nos da, son un claro ejemplo de fines teleológicos.

Así las cosas, es necesario admitir sin objeción alguna que todas nuestras acciones son orientadas, consciente o inconscientemente hacia un fin último o bien absoluto, que otorga armonía y sentido final a todos los demás. Y esto es necesario, ya que si nos permitiéramos convivir sin la existencia de un fin final, absoluto y completo, nuestra vida perdería el significado propio de su naturaleza. Si en nuestra vida buscáramos un fin-medio por otro fin-medio, y así sucesivamente hasta el infinito, nunca llegaríamos al final de la cadena, a ese final que otorga coherencia y nutre de sentido a todas las acciones que se constituyen en medios. Pasaríamos a ser un medio más en la gran cadena sin fin que se nos presenta a diario, convirtiendo de esta manera a la persona en un mero existir necesario de un interés supremo pero ajeno e inalcanzable a la consciencia humana, lo cual nos quitaría el protagonismo que hemos conquistado en la historia conocida.

Pensar en este fin en sí mismo, nos obliga a encontrar características propias que nos ayuden a comprender cabalmente su significado y razón de ser. En primer lugar tiene que ser Final, es decir que sea deseado a sí mismo y no dependiente de otra cosa, ya que de aceptar lo contrario este fin no sería último. En segundo lugar es necesario que se baste a sí mismo, ya que de lo contrario deberíamos depender de otra cosa por su insuficiencia natural.

Pienso que este bien supremo y absoluto, al que todo hombre aspira, repito, consciente o inconscientemente, es sin lugar a dudas la felicidad, entendida la "felicidad” como fin final por sí mismo y nunca por otra cosa.

Sin embargo, luego de asumir como cierto lo dicho arriba, y compartir la aventura de buscar y desear la felicidad, sucede que no sería fácil consensuar sobre la naturaleza y cabal sentido de lo que representa y constituye la nombrada felicidad. Mientras unos creerán encontrarla en el placer, otros asegurarán que se encuentra en los honores, la fama, o el dinero.

Si buscamos en el diccionario la palabra “hedonismo”, encontramos que constituye la “doctrina que proclama como fin supremo de la vida la consecución del placer”. El placer lo experimentamos en y por los sentidos, en la vista, en el tacto, en el gusto, etc., de manera que una vida de placeres es un mero animalismo, en el sentido de que orientar nuestra vida, nuestros objetivos, nuestras metas al mero placer, no nos diferencia de los animales que sí encuentran en el placer aquella meta final, pero por la imposibilidad de alcanzar una más elevada. Una filosofía semejante nos minimizaría en función de la animalidad que hay en todo ser humano, y no de lo propio que nos distingue precisamente de estos.

Pero hay más, ya que si aceptáramos como fin al placer, éste ya no sería autárquico, sino más bien insuficiente en sí mismo. En el placer dependemos del objeto del placer, nos encontramos como dependientes de la posibilidad de contar con el objeto que nos lo da. Pensemos en el tabaco, siempre dependeremos del cigarrillo para llegar al placer que pueda darnos, dependeremos de la posibilidad de disponer de los medios necesarios para adquirirlo. Los objetos de placer siempre serán objetos y no fines, el placer que de ellos se desprenda constituirán medios. Y no debe confundirse en pensar la posibilidad de encontrar objetos placenteros menos nocivos, ya que esto no cambiaría en nada la propia naturaleza que los conforma; si bien es posible clasificarlos en nocivos o menos nocivos, ellos siempre formarán parte de una característica inferior a lo que llegaría a ser un fin medio.

Otros podrían pensar encontrar la felicidad en la fama, en el reconocimiento popular. Pero aquí es aún más visible la falta de independencia, ya que ésta fama no depende de nosotros, sino de los demás, de los que nos la otorgan, pero que a su vez tienen el poder suficiente como para quitárnoslo. Esto, sin tener en cuenta que las mayorías generalmente son una manifestación de la ignorancia corrompida por el interés.

Nuestra razón nos otorga la capacidad para diferenciar el valor de los objetos materiales, de los inmateriales. Ya no nos queda espacio en el tiempo para encontrar un intermedio distracto. Es difícil visualizar justamente lo no visible, lo “invisible a los ojos”. En la vida de todo ser pensante, existen instantes, situaciones límites, tiempos de crisis, de cambio y de oportunidades. Pero es justamente en esas situaciones extremas donde nos vemos enfrentados al tener y al perecer, momentos en que todo puede cambiar de un instante a otro, y es allí donde vemos pasar toda nuestra vida frente a nuestros ojos. Piénsese en el significado de lo que vemos, en el origen de lo que percibimos, en la importancia trascendente que se manifiesta. Miremos con los ojos cerrados, miremos con nuestra alma, y descubriremos en ese otro espacio lo valioso de lo intocable, de lo imperceptible por los sentidos, de lo inexplicable. Encontramos los Sentimientos.

Sentir es el elemento que confluye lo material con lo inmaterial. Siento placer, siento odio. Es el experimentar sensaciones producidas por causas externas o internas. El sentimiento es la acción y efecto de sentir. El sentir material se traduce en percepción sensorial, el sentir inmaterial se traduce en el alma.

¿Te animas a expresar tu idea sobre la felicidad?
¿Qué es para ti la felicidad?
¿Dónde la encuentras?

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