Desde hace varios años venimos advirtiendo en nuestra sociedad un creciente nivel de violencia. Vemos cómo los “métodos violentos” penetran los rincones más inesperados del poder político. Desde ministros que movilizan patotas y sindicalistas que agreden a transeúntes, hasta un presidente que utilizaba discursos cargados de violencia, odio y resentimiento y que supo transmitirlo a sus seguidores como se transmite una gripe: escupiéndoselos en sus caras. La violencia se ha hecho protagonista de nuestras vidas.
¿Pero esto fue siempre así? ¿Somos una sociedad violenta, o solo nuestros máximos dirigentes son los personajes más violentos? Desde los comienzos de nuestra historia como país, hemos utilizado métodos violentos para ganar posiciones, concretar conquistas, prevalecer y ascender en una escala social. Nuestras fuerzas militares han desnaturalizado el monopolio de la fuerza, a punto tal de crear el clima perfecto para engendrar grupos paramilitares y fuerzas de choque que nos atormentaron por más de 100 años.
Violencia callejera, violencia doméstica y de género, violencia política, violencia sectorial, violencia patoteril, etc. Estamos llenos de violencia. Pero esto no fue siempre así. Si retrocedemos 25 años en nuestra historia, veremos un país cansado de la violencia generalizada. Una sociedad comprometida con la paz y dispuesta a “civilizarse”. Desde la vuelta a la Democracia en 1983, los argentinos habíamos concretado un acuerdo social por el que se ponía fin a la violencia generalizada, y una época de ánimos tranquilos sobrevolaba nuestro cielo, en un nuevo intento por la “paz y el progreso”.
Podría decirse que desde la asunción de Raúl Alfonsín a la presidencia de la República Argentina, hasta finalizado el último mandato de Carlos Menem, nuestro país pudo respirar aires pacíficos. Es una época marcada por el desarrollo democrático, las tensiones institucionales y la lucha por el poder económico, político y social en un marco de “no violencia”.
Pero algo sucedió desde 1999 hasta la actualidad, que ha producido como resultado el resurgimiento de la violencia como método intersubjetivo de relacionarse. Desde la llegada de Fernando De la Rúa hasta la actual presidencia de Cristina Fernández, la violencia ha ido in crescendo en todos los ámbitos de nuestra sociedad.
Violencia callejera, violencia política, persecuciones mafiosas, operaciones políticas “sin código”, delitos cada vez más violentos. Nuestra sociedad ha ido adoptando, nuevamente y con más intensidad, la violencia como método de conducta colectiva, ya desde un ministerio, como desde las simples palabras de protesta en una manifestación social.
Algunos aseguran que se trata de un clima de tensión que excede nuestros límites como país, y que se extiende a lo largo y ancho de nuestro planeta. Aseveran que la sociedad se está reacomodando. Otros encuentran una sociedad intoxicada, una sociedad degradada por el “Paco” y la Marihuana en las clases sociales más bajas, aunque borracha y consumida por el tabaco y la cocaína en las clases más altas. Una sociedad enferma que encuentra como relación causa-efecto el “Ser Violento”.
Según una importante corriente psicológica, como la del famoso catedrático Wenceslao Peñate, “La conducta humana agresiva es filogenéticamene normal, y se encuentra en el ser humano como respuesta frente al ambiente”. Es decir que somos seres violentos por naturaleza, pero que según nuestra educación y el medio en el que nos desarrollemos, seremos capaces o no de adaptar nuestra agresividad y controlar nuestras conductas.
Sin embargo, hay psicólogos que enfrentan esta postura y aseguran que “las personas no somos violentas por naturaleza, sino que ejercemos conductas violentas”. Es decir que naturalizamos ciertas conductas violentas porque creemos que “está bien”. Así, nalguear a un niño sería considerado por muchos una forma adecuada de corregir o educar al menor.
Según se adopte una u otra postura; según se entienda que el ser humano es violento por naturaleza o no, hay algo en lo que podemos coincidir: cuando el ambiente en que se desarrolla una persona es violento, la persona asimilará ciertas conductas agresivas y las proyectara en su forma de actuar.
Si queremos dejar de ser una sociedad colectivamente violenta, deberemos comprender el ambiente socio-económico y político en el que se desarrolla una generación, identificar las causas y crear las condiciones adecuadas para dejar de producir “Seres Violentos”.
1 comentarios:
Me encanto la nota! Se armo un debate en mi familia, ya es tarde pero seguimos debatiendo jaja. Personalmente creo que la violencia es contagiosa y se propaga cada vez mas rápido. Necesitamos para y entender que a veces es bueno poner la otra mejilla...
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